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martes, 9 de diciembre de 2014

Zamora bajo luces y sombras

Hace poco escribí una entrada sobre Madrid, sus calles, sus barrios y sus zonas que encandilan a cualquiera, pero hoy me tomo la molestia de hacerle un hueco en el blog a Zamora, esa pequeña ciudad que muchos no conocerán ni situarán, pero que a parte de todas y cada una de sus calles destaca por una de sus fiestas, por su Semana Santa:






Zamora, ciudad castellano leonesa, situada al noroeste de España da comienzo a su peculiar y conocida Semana Santa.
Con sus calles recogidas, angostas y tortuosas, de viejo y humilde caserío, salpicada aquí y allá de iglesias y conventos, cercada aún por viejas y gruesas murallas y por un caudaloso río, el Duero. Todo ello son características que condicionan su Semana Santa, y hoy difícilmente se podría entender sus procesiones sino las contemplásemos en esos lugares que su tradición ha señalado como emblemáticos de su recorrido y que en Zamora son la Plaza Mayor, las calles Santa Clara o la Rúa, la Catedral o el Puente de Piedra, entre otros. Es por todos esos lugares por los que se puede disfrutar de sus austeras y coloridas procesiones.

Es también la fisonomía de esta vieja ciudad de la meseta la que encaja en perfectas condiciones con el modelo de Semana Santa que en Zamora se ajusta a este estereotipo: sencillez, austeridad… adjetivos que encajan con la forma de ser y de expresar su religiosidad los zamoranos, que se asemeja al paisaje y clima extremo.
Sus procesiones son sencillas y sobrias, con túnicas pobres, de percal o estameña, sandalias franciscanas o zapatos, cera o una sencilla cruz, con pasos, coronas o mantos decorados con algún detalle en oro o plata, peinetas, mantillas, color negro que se apodera de la ocasión o sencillas medallas acordes con el color de la congregación. Esos son los rudimentos esenciales, junto con el silencio y las marchas procesionales, que hacen más llevadera la penitente carga de los pasos a hombros.

Con procesiones peculiares durante toda la semana los zamoranos y zamoranas salen a las calles con sus peculiares vestimentas, así, el jueves santo, mujeres y hombres se reúnen a las 9 de la mañana para dar lugar a la procesión que durará hasta bien entrado el al mediodía. Con sus abrigos y medias negras, peinetas y mantillas moviéndose con el viento, sus guantes finos blancos, zapatos de tacón o no, tulipas con velas encendidas y medalla color verde esperanza, mujeres de todas las edades caminan en filas y cruzan el conocido Puente de Piedra sujetándose la mantilla mientras tras ellas el resto de cofrades con sus túnicas blancas y verdes con bordados marcan el paso con su banda de cornetas y tambores y sus varas.
Es así, como la mañana del Jueves Santo  Zamora y su Semana Santa, considerada de interés turístico, se tiñe de verde color Esperanza.





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Zamora bajo luces y sombras

Hace poco escribí una entrada sobre Madrid, sus calles, sus barrios y sus zonas que encandilan a cualquiera, pero hoy me tomo la molestia de hacerle un hueco en el blog a Zamora, esa pequeña ciudad que muchos no conocerán ni situarán, pero que a parte de todas y cada una de sus calles destaca por una de sus fiestas, por su Semana Santa:






Zamora, ciudad castellano leonesa, situada al noroeste de España da comienzo a su peculiar y conocida Semana Santa.
Con sus calles recogidas, angostas y tortuosas, de viejo y humilde caserío, salpicada aquí y allá de iglesias y conventos, cercada aún por viejas y gruesas murallas y por un caudaloso río, el Duero. Todo ello son características que condicionan su Semana Santa, y hoy difícilmente se podría entender sus procesiones sino las contemplásemos en esos lugares que su tradición ha señalado como emblemáticos de su recorrido y que en Zamora son la Plaza Mayor, las calles Santa Clara o la Rúa, la Catedral o el Puente de Piedra, entre otros. Es por todos esos lugares por los que se puede disfrutar de sus austeras y coloridas procesiones.

Es también la fisonomía de esta vieja ciudad de la meseta la que encaja en perfectas condiciones con el modelo de Semana Santa que en Zamora se ajusta a este estereotipo: sencillez, austeridad… adjetivos que encajan con la forma de ser y de expresar su religiosidad los zamoranos, que se asemeja al paisaje y clima extremo.
Sus procesiones son sencillas y sobrias, con túnicas pobres, de percal o estameña, sandalias franciscanas o zapatos, cera o una sencilla cruz, con pasos, coronas o mantos decorados con algún detalle en oro o plata, peinetas, mantillas, color negro que se apodera de la ocasión o sencillas medallas acordes con el color de la congregación. Esos son los rudimentos esenciales, junto con el silencio y las marchas procesionales, que hacen más llevadera la penitente carga de los pasos a hombros.

Con procesiones peculiares durante toda la semana los zamoranos y zamoranas salen a las calles con sus peculiares vestimentas, así, el jueves santo, mujeres y hombres se reúnen a las 9 de la mañana para dar lugar a la procesión que durará hasta bien entrado el al mediodía. Con sus abrigos y medias negras, peinetas y mantillas moviéndose con el viento, sus guantes finos blancos, zapatos de tacón o no, tulipas con velas encendidas y medalla color verde esperanza, mujeres de todas las edades caminan en filas y cruzan el conocido Puente de Piedra sujetándose la mantilla mientras tras ellas el resto de cofrades con sus túnicas blancas y verdes con bordados marcan el paso con su banda de cornetas y tambores y sus varas.
Es así, como la mañana del Jueves Santo  Zamora y su Semana Santa, considerada de interés turístico, se tiñe de verde color Esperanza.





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